mamá con recién nacidoUna cesárea puede dejar marcas imborrables en tu cuerpo, pero más alla de la cicatriz externa que puede dejar, hay heridas mucho más profundas: las heridas emocionales, esas que no se ven a simple vista, pero que sin lugar a duda pueden ser mucho más duraderas, además de dificiles de sanar.

El impacto psicológico de la cesárea suele silenciarse con frecuencia. La mejor prueba es que hay muy pocos estudios en los que se hable de ello. De hecho, en otro tipo de operaciones médicas sí se conocen las reacciones depresivas, mientras que en cirugía obstétrica parece que no se le da importancia y la mayoría de las veces ni se mencionan al explicar los riesgos de la intervención.

No solo eso. En la mayoría de las clases de preparación al parto no se habla de la cesárea ni de su herida emocional. Te hablan de respiraciones, de pujos, tratan de explicarte cómo es el parto y el posparto, pero ni una palabra de una posible cesárea, como si esta no fuera una forma de parir más e igual de válida y posible que cualquier otra.

Reacción ante esta gran herida emocional:

Tranquilidad, agradecimiento, tristeza, sentimiento de culpa, de pérdida, fracaso, rabia, enfado, estrés postraumático… Las reacciones ante una cesárea y su herida emocional pueden llegar a ser tan diversas como las mujeres en sí.

De la tranquilidad y la gratitud a la culpa

En muchas ocasiones, la reacción está directamente relacionada con las expectativas. Si idealizamos un parto natural y nos encontramos con una cesárea, el proceso de asimilación va a ser más lento que si estamos ante una cesárea programada. Lo mismo ocurre si recibimos información clara sobre por qué la van a realizar o nos dicen que nuestro bebé o nosotras estamos en peligro, ya que en este caso es muy probable que reaccionemos ante la cesárea con gratitud y tranquilidad.

Pero la realidad es que son las reacciones menos frecuentes. A día de hoy, casi siete meses después, el sentimiento de culpa y la rabia con el personal que me atendió sigue siendo tan intenso como el primer día. No iba con grandes expectativas sobre el parto ideal, pero sí me preparé a conciencia. Era plenamente consciente de que no había parto sin movimiento y sin dolor, y estaba preparada para tolerarlo hasta que mi cuerpo pidiera la epidural.

Nada de eso ocurrió. Con solo un centímetro me vi con la epidural puesta sin pedirla, aun advirtiendo de que aquello pararía la dilatación. Me lo negaron hasta en dos ocasiones: “Una vez que el parto empieza ya no para”, me dijeron. Esas palabras se quedaron grabadas a fuego. Postrada en una cama sin poder moverme, 12 horas después escuché la palabra cesárea.

Hablaban de la posición del bebé, pero nunca me explicaron qué significaba aquello y por qué acabaríamos así. A mí, acostumbrada a preguntar a diario por mi profesión y no parar de hacerlo hasta obtener una contestación, me faltaban respuestas el día más importante de mi vida.

Así que sí, me sentí infinitamente culpable por no haber dicho que no a tiempo, y enfadada por confiar plenamente en un personal sanitario que (bajo mi punto de vista) me falló. La realidad es que, aunque le siga dando vueltas a día de hoy, no soy responsable de que mi parto acabara en cesárea. E incluso si todo hubiera transcurrido de otra manera, podía haber acabado igual.

La falta de vínculo y la tristeza

La falta de vínculo con el bebé y el sentimiento de fracaso y pérdida son otras de las principales huellas de la herida emocional de la cesárea. El sentimiento de que “te lo han sacado” y no lo has parido tú es tan fuerte que a veces también paraliza. Sí, lo reconozco, también lo sentí por unos segundos. Más allá de no haber tenido un parto vaginal, lo cierto es que esa falta de vínculo está muchas veces relacionada con la menor carga hormonal que sucede al no desencadenarse el proceso de parto. Y es que la oxitocina es clave para iniciar ese vínculo.

Lo mismo ocurre con practicar piel con piel de forma inmediata, que no solo contrarresta el impacto negativo de la intervención, sino que además es clave para iniciar ese vínculo y comenzar la lactancia materna. A mí me la robaron un minuto para limpiarla y ponerla guapa. ¿Limpiarla? ¿Cómo está más guapo un recién nacido lejos del regazo de su madre? Yo solo quería que me la pusieran encima.

No podía faltar la tristeza. No nos vamos a engañar, la cesárea es una cirugía mayor y conlleva un dolor físico muy intenso una vez que pasa la anestesia. Recuerdo una tristeza infinita cuando veía a mi pareja hacerlo todo con nuestra hija los primeros días. Cambiarle el pañal, cogerla en brazos de pie, bañarla… Disfrutarla. Pasaron muchos días hasta que yo pude vivir todas esas primeras veces juntas.

La ausencia del acompañante en el parto

Hay que tener en cuenta también el protocolo de actuación del hospital. Es cierto que la cesárea es la única cirugía mayor en la que la paciente puede estar acompañada. Pero es tan necesario, que me resulta imposible pensar que no ocurra en todos los centros hospitalarios.

En cuestión de minutos, te ves en un quirófano, tumbada en una camilla con los brazos en cruz y con varias personas poniéndote todo tipo de cosas.