Hay una frase que siempre me ha gustado y que a raíz de convertirme en madre hizo ‘click’ dentro de mí. Es aquella que dice: “quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite”.
Esta frase me la repito a menudo cuando mis hijos están teniendo un mal día o estallan en una rabieta sin sentido para mí. Y es que es en esos momentos en los que su mundo infantil está patas arribas, cuando más necesitan mis abrazos y mis besos; cuando más necesitan “que les quiera”, aunque a ojos del adulto “menos lo merezcan”.
Ante un “mal comportamiento”, responde con un abrazo
Los seres humanos albergamos en nuestro interior un sinfín de emociones. En la mayoría de los casos, los adultos somos capaces de poner palabras a lo que sentimos, y de comprender el por qué de nuestro estado anímico.
Pero en el caso de los niños es diferente. Ellos necesitan nuestra ayuda para gestionar sus emociones, pues no tienen la misma capacidad que los adultos de entender, asimilar y verbalizar lo que están sintiendo, especialmente cuanto más pequeños son.
Cuando hablamos de niños más mayores o adolescentes la situación es similar. Si bien a estos casos no existen las trabas asociadas a una edad inmadura, se trata de una etapa de la vida especialmente sensible, llena de cambios e inseguridades que también pueden llegar a afectar al carácter y comportamiento de nuestros hijos.
Es entonces cuando los padres, que no somos perfectos ni infinitamente pacientes, y también tenemos días agotadores, respondemos a ese ‘mal comportamiento’ de una forma completamente opuesta a lo que nuestro hijo necesita: con gritos, castigos, chantajes, amenazas, etiquetas o simplemente, ignorándolo.
No es difícil imaginar lo que puede llegar a sentir entonces ese niño o adolescente, cuando las personas que más deberían amarle y sostenerle emocionalmente le dan la espalda, le juzgan o le tratan de forma irrespetuosa.
¿Qué deberíamos hacer entonces?
La respuesta es sencilla: lo mismo que nos gustaría que otros hicieran con nosotros cuando tenemos un mal día, estamos tristes, irascibles o no nos aguantamos ni nosotros mismos.
En esos momentos de máxima revolución interior y vulnerabilidad emocional, los abrazos y la compañía respetuosa son la mejor medicina. Y es que abrazar es un gesto tan poderoso y con tantos beneficios que a veces dice más que cualquier palabra.
Los niños no son una excepción y también sienten el ‘poder sanador’ de los abrazos en los momentos más convulsos.
Pero, ¿los abrazos corrigen los malos comportamientos? ¿No parecerá que le estoy ‘premiando’?
Pero cuando hablamos de responder a un mal comportamiento con un abrazo o actitud positiva y respetuosa, muchos padres se preguntan confundidos si no estarán “premiando” la conducta de sus hijos al actuar así.
Rotundamente SÍ. Los abrazos, el amor y el respeto no son solo la base de un desarrollo infantil sano, tanto físico como psicológico, sino que son la única forma de educar si queremos que nuestros hijos se conviertan en personas empáticas, respetuosas, seguras y con una autoestima fuerte.
Es normal que a los padres no nos guste que nuestro hijo pegue, se porte mal o no obedezca. Además, cuando el comportamiento del niño está siendo irrespetuoso con quienes le rodean no debe ser aprobado ni tolerado. Sin embargo, es importante hacer entender esto a nuestros hijos desde el acompañamiento positivo y el amor, y nunca desde los gritos y los castigos.
Y es que la actitud que tengamos a la hora de educar será decisiva en su aprendizaje, su bienestar, su personalidad, su gestión emocional y su forma de relacionarse con los demás (y muy especialmente con nosotros, sus padres).
En definitiva, nuestra forma de educar repercutirá en su futuro de una forma positiva o negativa. Por eso, cuando creamos que “menos se merecen nuestro amor”, más debemos amarles; mientras sean pequeños, en la adolescencia y siempre.