Los mordedores son una herramienta eficaz para aliviar las molestias que la erupción de los dientes de leche generan en los bebés a partir del primer semestre de vida. Hace algunos años se empezaron a comercializar unos mordedores con vibración que, según los anuncios, eran más beneficiosos que los tradicionales. Sin embargo, los odontopediatras desaconsejan su uso, debido a que podrían ser causa de lesiones en los niños. Este artículo describe las molestias del bebé durante el proceso de dentición, por qué no se recomienda usar los mordedores con vibración, cómo deben ser los mordedores y qué ocurre con los geles para las encías.
Las molestias de la dentición en los bebés
La inminente aparición de los primeros dientes hace que el bebé, cuando se aproxima a su primer semestre de vida, esté molesto e inquieto. No solo está más irritable y llora más, sino que en esta etapa -como lo comprobó un estudio hace algunos años- también sufre más salivación, mucosidad nasal, pérdida de apetito, diarrea, sarpullidos y problemas para dormir. Por esos motivos, lo habitual es buscar maneras de aliviar estas molestias.
Una de esas formas son los mordedores. Como explica la Asociación Española de Pediatría (AEP), «en esos días el niño estará ansioso por morder cosas», de modo que recomienda dejar que lo haga sin problemas, siempre que «sean objetos seguros». Se consideran seguros los mordedores que se venden en los comercios (y que estén homologados según las normativas vigentes), el chupete enfriado en la nevera o simplemente el dedo o una cucharilla fría. No así productos naturales, que pueden parecer más sanos, como una zanahoria cruda, debido al riesgo de que se desprenda algún fragmento y le cause asfixia por atragantamiento.
Mordedores con vibración: por qué no usarlos
Hace unos años se puso en circulación un nuevo producto: el mordedor con vibración. Su principal novedad radicaba en que, como su nombre indica, vibraba cuando el pequeño lo mordía. Según los fabricantes, esta vibración contribuye a estimular la circulación de las encías y aliviar su dolor.
Sin embargo, poco después, el Comité de Seguridad y Prevención de Lesiones Infantiles de la AEP emitió un comunicado en el que desaconsejaba su uso. ¿Por qué motivo? En primer lugar, explicaron los especialistas, porque «no existe ninguna publicación científica que demuestre las ventajas de este tipo de mordedores». Y segundo, debido a que «existen en cambio algunas informaciones que hablan de que el nivel de vibración que producen podría lesionar el esqueleto, a nivel cuello y columna, del pequeño».
El documento aclaraba que estas versiones acerca de los posibles efectos nocivos no estaban demostradas en trabajos científicos. Pero, dada la falta de pruebas sobre sus ventajas y las dudas sobre su «posible peligrosidad», recomendaban no usarlos o, en todo caso, utilizarlos «de la forma más restringida posible».
¿Cómo deben ser los mordedores?
Además de no incluir vibración, los mordedores tienen que cumplir con una serie de requisitos para que sean seguros para los niños. Lo más importante es que no los compongan materiales tóxicos o nocivos, como PVC. En teoría, los productos que se venden en farmacias o tiendas especializadas cumplen con la normativa, aunque siempre es conveniente revisar que la caja o la envoltura del producto lleve las indicaciones correspondientes.
Por otro lado, si bien hay varios tipos de mordedores (con sonajeros, con música, de diversos materiales, etc.), hay que tener en cuenta que los más apropiados para la etapa de la dentición son los refrigerantes, ya que la baja temperatura aplicada sobre las encías reduce las molestias. Estos mordiscos incorporan una cápsula con agua estéril o gel que, después de pasar un rato en el frigorífico, mantienen el frío durante bastante tiempo.
Un consejo más: no colocar los mordedores colgados con una cinta al cuello de los bebés. De esta forma se evita el riesgo de que el niño se enganche por accidente y pueda sufrir un episodio de asfixia. Los accidentes domésticos a menudo dan la sensación de ser muy improbables, pero ocurren en mayor cantidad de lo que a veces se cree. Y siempre que se puedan reducir los riesgos, está bien hacerlo.