Protección y sobreprotección no son lo mismo. Para empezar: la protección hacia nuestros hijos es un aspecto vital. La necesidad de cuidar de los más pequeños es un instinto, es conferir ese afecto enriquecedor y esas conductas con las que facilitar su desarrollo y salvaguardar su seguridad física y también emocional. La sobreprotección, en cambio, tiene un claro efecto limitante.
Hay quien pone nombres y originales etiquetas a este tipo de comportamientos hiperprotectores. Están los padres helicóptero, madres bocadillo, padres manager y madres quitanieves… Nombres y términos originales que se resumen en un mismo aspecto: personas que allanan el camino de sus hijos en un afán por protegerlos y hacerles la vida fácil, sin saber que les están quitando las herramientas básicas para crecer en madurez y autonomía.
La sobreprotección va más allá de proteger
Sobreproteger a un hijo es ir más allá de cubrir y satisfacer sus necesidades y cuidados básicos. Es pensar por el hijo, tomar decisiones por el hijo, solucionar todos los problemas del hijo. Es vivir por el hijo, cuando el hijo es, en esencia, una persona que debe desarrollar sus propias capacidades personales si quiere funcionar correctamente en el mundo.
Los padres “helicóptero” o las mamás “bocadillo” son esas personas que andan todo el día supervisando cada movimiento de sus hijos. Van tras ellos para que den ese bocado a la merienda mientras los llevan y los traen de las actividades extraescolares. Son esas personas que vetan sus iniciativas, sus deseos por hacer esto y lo otro porque (según ellos) resulta peligroso. Cierran sus oportunidades de socializar y de disfrutar de una infancia espontánea creando para los pequeños un entorno aséptico y seguro, pero asfixiante y vetador.
Por otro lado, también es muy común que muestren cierta permisividad en otros aspectos. Un ejemplo de ello es no poner límites y normas claras que los niños entiendan e interioricen. Además de esto, si los hijos violan esas normas difusas, ellos no establecen consecuencias definidas por miedo a dañar a sus hijos, cuando realmente las consecuencias sirven para educar, no para dañar.
Éstas son las creencias disfuncionales de los padres que ejercen la sobreprotección. Ellos piensan que al sobreproteger a sus hijos, van a cuidar su autoestima, no van a dañar su salud mental porque no les van a crear disgustos ni frustraciones y además serán hijos felices porque “no les va a faltar de nada”.
¿Qué consecuencias puede tener la sobreprotección?
La sobreprotección no es buena, no alienta a la responsabilidad, a la independencia, a la madurez personal o psicológica. De hecho, tiene varias consecuencias negativas a las que es necesario que les prestemos la debida atención. Algunas de ellas son las siguientes:
Personas miedosas y con ansiedad
Tiene sentido. Si nos hemos pasado la vida advirtiéndole a nuestros hijos de absolutamente todos los “peligros”, por improbables o insignificantes que sean, que pueden encontrarse en su vida, andarán por el mundo con miedo a lo “que pueda ocurrir”.
Personas dependientes
Como he comentado en el punto anterior, si no les enseñamos a tomar sus propias decisiones, a gestionar su propia vida o a solventar sus problemas, siempre dependerán de alguien para hacerlo porque realmente es que no saben hacerlo solos.
Esto a su vez, crea problemas de autoestima ya que si uno percibe que no sabe manejarse por la vida por sí mismo o que nunca toma la iniciativa en nada, su autoconcepto será, desgraciadamente, el de un “inútil” que siempre necesita a otro a su lado.
Baja tolerancia a la frustración
Como sus padres siempre se han asegurado de que no sufran por nada ni se frustren cuando no consiguen lo que quieren, no han aprendido a tolerar la frustración. Tarde o temprano, la vida y la sociedad les hará abrir los ojos, y será entonces cuando surjan los auténticos problemas.
Un ejemplo es el que nos revelan un equipo de psicólogos de la Universidad de Mary Washington en Virginia. En este estudio se demostró que los estudiantes universitarios que fueron criados por “padres de helicópteros” tienen más probabilidades de desarrollar trastornos depresivos a causa de la frustración.
Es un hecho que debe hacernos reflexionar. Asimismo, el desarrollo de los miedos, la ansiedad y la incapacidad para tomar decisiones con mayor seguridad, se asocia también a esa falta de herramientas dadas para que afrontar y solucionar sus problemas.
Anulación del desarrollo de las capacidades personales
Si siempre estamos anticipándole al niño lo que le va o no a ocurrir, si no le dejamos equivocarse para aprender y si lo hacemos todo por ellos, evidentemente, estamos capando su capacidad de aprendizaje.
simismo, si antes de que el niño tenga ganas de orinar, ya lo estamos obligando a ir al baño “porque no vaya a ser que luego te entren ganas y no encontremos un sitio para hacerlo”, él no sabrá identificar por sí mismo sus propias señales fisiológicas cuando necesite ir al baño.
Si no le dejamos caerse, nunca aprenderá qué es lo que debe hacer y lo que no debe hacer. Las personas aprendemos por consecuencias negativas y positivas debido a nuestras experiencias directas, por lo que es indiscutible la necesidad de que el niño experimente con el mundo para aprender a manejarse mejor en el futuro.