Uno de las cosas que más nos cuesta hacer a las madres y padres es poner límites de forma respetuosa y consciente. O los ponemos desde el autoritarismo, recurriendo a frases como: “es así porque lo digo yo” o “aquí mando yo”, o nos vamos al extremo opuesto: la permisividad, y no ponemos límites.
Nuestros hijos necesitan límites, les permiten crecer seguros, si no queremos perder la conexión con nuestros hijos, debemos establecerlos desde el respeto, sin caer en amenazas, chantajes, castigos y miedo.
No tenemos referentes de cómo hacerlo, a casi todos nos los han puesto desde el autoritarismo o hemos crecido sin ellos. A continuación te contamos la mejor forma de hacerlo:
7 claves para poner límites de forma consciente
Miriam Tirado, en el directo que hicimos con ella en Instagram, nos dio 7 consejos fundamentales para empezar a poner límites de forma consiente y respetuosa. Los repasamos:
1.Repetirnos que nosotros somos los adultos
Como ya hemos mencionado, no tenemos referentes de cómo poner límites de forma consciente y respetuosa. Esa falta de referentes nos lleva a ponerlos de la misma forma que nos los pusieron a nosotros: desde el autoritarismo, gritando, castigando… Si queremos hacerlo de otra manera, cada vez que estemos a punto de gritar, recordemos que nosotros somos los adultos, que no vamos a dar rienda suelta a nuestro desborde emocional. Que tenemos recursos para volver a la calma y relacionarnos de otra forma con nuestros hijos. Tendremos que repetírnoslo hasta que nos salga de forma automática ese nuevo modelo respetuoso. Porque todo se puede conseguir si hay voluntad, consciencia, paciencia y trabajo interior.
2. Tener esos límites muy claros
Hay madres y padres a los que lo que les cuesta es simplemente ponerlos. Se sienten mal cuando lo hacen, porque sus hijos se enfadan, por eso los límites deben estar revisados, cuestionados y asimilados como necesarios, porque sabemos que son buenos para nuestros hijos, porque van a velar por su bienestar. Esto nos dará seguridad a la hora de ponerlos. Los pondremos tranquilos, sabiendo que son indispensables. Por eso, no se trata de poner límites porque sí, sino poner límites muy pensados, muy reflexionados. Los justos y necesarios.
3.No es necesario que ellos lo entiendan
Tenemos que dejar atrás la ilusión que tenemos de conseguir que nuestros hijos e hijas entiendan el porqué de los límites que les ponemos. No podemos pretender que nos digan: “Oh, mamá, muchas gracias por ponerme límites, me hacen sentir seguro o “Gracias, papá, por no haberme dejado jugar más a la consola, porque jugar mucho con ellos no es bueno para mi”.
Mi relación con los límites cambió cuando me di cuenta de que la mayoría de los que ponemos a los niños no podrán comprenderlos ni valorarlos hasta muchos años después, cuando sean adultos. Mientras, lucharán y patalearán, porque es lo que les toca hacer, nos dice Tirado. Y es que un error común es vivir como un fracaso el hecho de poner un límite a nuestros hijos y que no lo vean razonable, sino como una injusticia.
4.Para corregir, antes hay que conectar
Hay algo que debemos tener muy claro para comunicarnos con nuestros hijos, y es que la conexión va antes que la corrección. Si no conectamos con ellos, nada de lo que digamos después para corregirlos va a tener el efecto que deseamos porque, en su interior, sentirán que no les comprendemos, y no habrá pedagogía posible.
Vamos a poner un ejemplo para entenderlo mejor: supongamos que cometemos un error en el trabajo porque estamos pasando una mala racha. Nuestra jefa se da cuenta de la metedura de pata y viene a hablar con nosotras. Nos sermonea, te hace sentir mal. Lo lógico es que al día siguiente llegues al trabajo con miedo a volver a equivocarte. Otra opción es que nos llame al despacho y nos diga que sabemos que ese error no lo hemos cometido a propósito y que se pregunta si estamos bien, si nos pasa algo. Se interesa por nosotras, te escucha, conecta contigo y te propone que busquéis una solución juntas. Al día siguiente, la actitud con la que volvemos al trabajo es otra. Volvemos con ganas de hacer las cosas bien, no por miedo a que nos pillen y nos vuelvan a echar la bronca, sino porque te sientes parte de un equipo.
En la conexión nos encontramos, aprendemos y crecemos juntos. Por eso, cuando tu hijo no quiera lavarse los dientes, no olvides conectar.
5. Hay que negociar
Una negociación ocurre cuando dos personas, para llegar a un punto de encuentro, saben y comprenden que las dos tendrán que ceder. Llegar al punto de encuentro es el objetivo, ya que entendemos que esa unión es mejor que el choque o que estar en dos sitios totalmente opuestos. Por tanto, para llegar a un acuerdo, probablemente las dos partes tendrán que ceder inevitablemente en favor del punto de encuentro.
A partir de los 7-8 años, ya podemos empezar a negociar con nuestros hijos, lo cual, además, les ayudará mucho cuando tengan que dialogar y llegar a acuerdos con otras personas. A menudo nos daremos cuenta de que a los adultos eso de negociar no se nos da muy bien, y menos con nuestros hijos. El motivo es que nuestros padres no lo hicieron con nosotros, y cuando nos ponemos hacerlo nos surgen muchas dudas: ¿estaré siendo muy flexible?, ¿me estará vitoreando?.
Pero nada más lejos de la realidad. Podemos negociar con nuestros hijos, no es para nada negativo hacerlo. Pero también te digo que habrá cosas que para ti no sean negociables, por ejemplo, comprarle un móvil antes de los 14 años. Entonces se le dice que eso para ti es un límite innegociable. Lo que además a él le enseña que él también puede tener límites infranqueables y a decir “no” a cualquiera que quiera saltarlo.
6.Aprende a descifrar si el límite que estás poniendo tiene sentido o no
Muchos se estarán preguntando: ¿cuántos límites hay que poner y cuáles?: tantos como sean necesarios para garantizar la seguridad, la integridad, el bienestar y el correcto desarrollo de nuestro hijo en cada etapa.
Por tanto, siempre que tengamos dudas de si el límite que estamos poniendo es consciente hagámonos esta pregunta: ¿de no ponerlo, corre peligro la seguridad, integridad, bienestar y correcto desarrollo de mi hijo? Si la respuesta es sí, lo ponemos. Si es no, no lo ponemos.
Por tanto, los limites tienen que ver con las cosas importantes:
- Descanso
- Higiene
- Respeto
- Alimentación
- Uso de las tecnologías
“La lista no es demasiado larga, pero es que si fuera larguísima, chocaría frontalmente con el desarrollo de nuestros hijos, que necesitan cierta autonomía y sentirse libres”.
Vamos a poner dos ejemplos para descifrar qué es un límite y que no lo es:
- Estáis en casa de un amigo y tu hijo está jugando. Le dices que tenéis que iros, pero él no quiere. ¿Tienes que plantarte y marcharos? “Si ya has apurado antes de decirle que os tenéis que ir y el hecho de que cedas un poco afectará a su hora de cenar y acostarse, es un límite”, nos dice Tirado.
- Es el momento de ir al cole y antes de salir de casa le quieres poner la chaqueta, pero él prefiere la sudadera. Quiere elegir su propia ropa. ¿Hay que poner un límite? “Pregúntate: ¿llevar sudadera afecta de alguna forma a su desarrollo, bienestar, seguridad…? Seguramente no, es solo un tema estético, por tanto, no es un límite. Solo se trataría de un límite si en lugar de sudadera quisiera ir en manga corta e hiciera frío.
7. No recurrir al castigo cuando se salten el límite
Un día nuestro hijo no va a respetar algunos de los límites que les hemos puesto y será absolutamente normal. Eso no significa que tenga ni que gustarnos ni que tengamos que quedarnos de brazos cruzados, pero sí que debemos entender que ese es su papel.
Cuando los niños se saltan los límites, a muchos adultos se les enciende el volcán y sienten la necesidad de castigarlos para “enseñarles” que eso está mal y que no deben volver a hacerlo. Esto no tiene ningún sentido pedagógico. Los castigos no son educativos, son punitivos. Y, además, se supone que nosotros somos los adultos y deberíamos tener herramientas, información y capacidad para actuar y responder desde otro lugar y con otras formas mucho más asertivas. A lo que añade: cuando un niño se salta un límite, tenemos que averiguar por qué lo ha hecho, y puede haber mil motivos: desde que no lo comprende por su inmadurez, a que está enfadado porque siente que no le comprendemos ni le tenemos en cuenta. La clave es no quedarnos en la superficie e ir a la raíz que lo provoca. Solo así podremos conectar con él, entender qué está pasando y ayudarlo.